martes, 23 de septiembre de 2008

La claridad alada de Yosa Buson



Aquí mismito,
escuché ayer cantar
las avecitas


Muchas veces me he preguntado a qué sonará la recitación oral de los haikus. Qué musicalidad, que entonación, qué carácter poseerán sus aparentes leves palabras. Y no obstante, cuando leo un haiku como éste, ¿por qué me viene a la mente el estilo de la mística castellana, por ejemplo?

Sospecho que el momento del haiku reside en el instante en que la imagen es fotografiada por la palabra. El haiku está en ese punto fugaz en que la vida se manifiesta. Como el ojo oportuno de un fotógrafo o la observación meditada de un pintor, el hombre que escribe haikus plasma ese irrepetible movimiento de la naturaleza. Manifestación, observación, dispersión.



Cae en mis manos una preciosidad de pequeño libro, editado por Pretextos. Se trata de Alada claridad, del pintor y poeta japonés del siglo XVIII Yosa Buson, que recoge cincuenta haikus sobre aves. ¿Por qué los tesoros suelen estar ocultos en pequeños recipientes o en estancias diminutas? Yosa Buson fue un hombre de observación, ¿y qué fenómeno puede reclamar más mirada expectante que el vuelo y el comportamiento en general de las aves? Ordinariamente, en medio del tráfago de nuestras ciudades modernas se ignora la vida de otras especies, y así prescindimos de la conciencia del compartir los territorios con ellas. Por eso, para comprender las aves hay que ir allá donde moran sin nuestras interferencias, pasear, desproveernos de nosotros mismos, abandonarnos -como muy dice en el prólogo su traductor Alberto Silva- mentalmente a la intemperie, lo que los japoneses llaman nozarashi.

Primer rocío:
a cierta distancia
la grulla (la miro)

En este sentido, Buson sería lo que hoy llamaríamos un paseante, pero no uno cualquiera, sino alguien que necesita plasmar lo que capta tanto con pinceles como con versos. Haikus y pinceladas se complementan, y este haijin es un colorista del instante. Pero no es un retratista o un evocador de las especies volátiles tal como se las ve tradicionalmente en Japón, sino que las dota de su propia capacidad recreativa. Él genera una visión mental muy particular sobre las aves. Se trata, como dice Alberto Silva, de despojarse para comprender el vuelo de las aves, despojarlas para llenar con esa vida libre nuestra mente. ¿No es una invitación a romper con nuestro interior oneroso de prejuicios y obligaciones? ¿No volvemos a percibir la sombra de ciertos espíritu místico que ahonda sus raíces en el Zen o en San Juan de la Cruz? Y sin embargo, es el cántico al instante, al movimiento, a un pasar y manifestarse para después dejar de ser.

El gorrión en un pueblo
escondido entre hojas caídas
(chaparrón de verano)

Andrés Esgueva

sábado, 13 de septiembre de 2008

Séneca aconseja



A veces pensamos que las opiniones y comentarios sobre la práctica de la lectura es asunto moderno. Se lleva mucho hoy día entre articulistas, escritores y críticos de libros. Hay todo un abanico de reflexiones e indagaciones sobre el arte de leer. Porque, al igual que existe un arte de la escritura existe un arte -¿o debería decirse método, manera, estilo, sistema...?- de la lectura que a algunos nos parece que es plural. Hay quien considera que debe leerse de libro en libro, concentrándose en cada lectura y no dejándose precipitar por otras tentaciones, y hay quien lee de manera paralela varios títulos. alternándolos, en función de su búsqueda, su estado de ánimo, su medio ambiente, su tiempo. Se podría argumentar mucho sobre ello. Sin embargo, desde la Antigüedad ya se emitían críticas y se vertían consejos para proceder de las nuevas generaciones. El filósofo Séneca, en sus Cartas a Lucilio, hace un ejercicio fresco cuya recomendación puede tenerse o no en cuenta, pero que se aprecia por su vivacidad y claridad de ideas. La Carta 2 es ilustrativa al respecto.




Por lo que me escribes, y por lo que oigo, albergo buenas esperanzas sobre ti. No corres de aquí para allá y no te ves perturbado por los cambios de lugar. Esa agitación refleja un alma enferma. Lo primero que demuestra que una mente está asentada, a mi entender, es que consigue detenerse y permanecer interiorizada.

Pero fíjate en otra cosa: y es que leer muchos autores y toda clase de libros tiene algo de errante e inestable. Conviene que te centres y te alimentes sólo de algunos, si de ellos quieres sacar algo que permanezca fielmente en tu alma. El que está en todas partes no está en ninguna. Los que se pasan la vida residiendo en tierras extrañas son recibidos siempre como huéspedes y no como amigos, y lo mismo le ocurre necesariamente al que, en vez de consagrarse al trato con uno solo a fondo, los lee a todos deprisa y corriendo.

El alimento no aprovecha, no lo asimila el cuerpo, si es arrojado tan pronto como se toma; nada impide tanto sanar como el cambiar frecuentemente de remedio; no llega a cicatrizar la herida en la que constantemente se aplican curas; no adquiere fuerza el retoño que a menudo se transplanta; no hay nada que sea tan eficaz que, solo de pasada, ya surta efecto. La multitud de libros distrae; por consiguiente, como no puedes leer tantos libros como tengas, te ha de bastar tener los que leas.






“Pero es que me gusta -dices- coger unas veces uno y otras veces otro”. De estómago caprichoso es el probar tan sólo de todo un poco; cosas que cuando combinan mal y chocan entre sí, se corrompen y no alimentan. Así pues, lee siempre los mejores, y si alguna vez coges otros para distraerte un poco, regresa a los primeros. Consigue cada día un recurso contra la miseria, contra la muerte, y no menos contra todos los demás azotes; de muchas cosas leídas, extrae una para digerirla ese día.

Es lo mismo que hago yo: de muchas cosas que leo tomo una. Mi botín de hoy lo he tomado de Epicuro -porque también piso el terreno enemigo, no como tránsfuga, sino como explorador-:

“¡Qué cosa más buena -dice- es estar contento en la pobreza!”

Y es que en verdad no es pobreza, si hay contento. No es pobre porque se tenga poco, sino porque se desea más. ¡Qué importa lo que tenga uno en sus arcas, que tenga trigo en sus graneros, rebaños en los pastizales, que tenga rentas, si lo que él tiene en cuenta no es lo que gana sino lo que quisiera ganar! ¿Qué cuál es el criterio de lo que debemos buscar? Primero de todo tener lo necesario, y luego lo que nos contenta. Que sigas bien.


No tiene desperdicio este texto. Quien desee conocer una selección de las Cartas a Lucilio, de Séneca, las puede encontrar en Los pequeños libros de la sabiduría, de José J. de Olañeta, Editor.

Y es que prometo localizar más de otros tiempos y autores. No hay nada nuevo bajo el sol tal vez, ni siquiera en materia de consideraciones sobre la lectura.

María Camino


miércoles, 3 de septiembre de 2008

Un Buster Keaton literario



Dicen que es el pilar del humor en la literatura inglesa del último medio siglo. ‘La suerte de Jim’ (1953), de Kingsley Amis, afronta la tediosa vida académica en una universidad de provincias a través del hilarante Jim, y su autor, que tan bien la conocía, abrió un surco por el que han transitado con gran éxito comercial algunos de sus compatriotas. Desde la carcajada espontánea que provoca el ‘Wilt’ de Tom Sharpe hasta la sonrisa que despierta la irónica alegoría ‘Inglaterra, Inglaterra’, de Julian Barnes, la fórmula de la comedia aplicada a la trágica grisura de ciertas existencias ha identificado buena parte de la narrativa y el cine británico.

El progenitor de Martin Amis, reconocido novelista contemporáneo que anduvo siempre a la gresca con su padre, elige a un joven dubitativo que amanece de ayudante en una cátedra. Ante sí tiene una escalera hacia un puesto fijo cuyos peldaños están hechos de labores de negro para el catedrático, relaciones sociales con la familia de aquel para reforzar el vínculo, enfrentarse con alumnos más oportunistas que él, suplicar a las revistas especializadas la publicación de su trabajo, someterse a la corrección burguesa de un entorno cerrado, aceptar conferencias que no sabrá dar… Y por supuesto la fatalidad cotidiana se ceba con este ‘pobre hombre’ que sin embargo acaba resultando ganador tras un arresto de impredecible valentía.


Jim hace reír como Buster Keaton. A pesar de que es el entorno lo que provoca su situación, es sin embargo su insólita manera de afrontarla, desasistido del sentido común, lo que le hace cómplice al lector de su cómico destino.


Viernes
La suerte de Jim, de Kingsley Amis está editada en Editorial Destino.